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miércoles, 17 de enero de 2007

Devorador (Boceto para la novela, ni caso al nombre de la prota)

Bea nunca había sabido diferenciar los sueños de las pesadillas. Para ella, todo era lo mismo. Al principio, sólo eran cosas grises con garras amenazantes, pero todo evoluciona. A los diez años, soñaba que todo el mundo estaba vacío, como una cáscara de nuez vacía, y a la hora de acostarse tenía miedo de atravesar su vacía cama y seguir cayendo durante varias eternidades. Y mientras caía, sabía que no podía moverse ni gritar, pues al menor gesto la cáscara de nuez terráquea se rompería y se haría añicos con un sonido seco, el que hace un tronco seco al partirse por la mitad y después ser aplastado por algo mayor. Igualmente, ella sabía que una de dos, o aterrizaba donde quiera que estuviese el final de aquella interminable cáscara, o sería engullida por la boca de cualquier monstruo o algo peor que pululase por allí, tanto dentro del mundo (que estaba vacío), como fuera. Bea soñaba con un enorme ente con garras, dientes, alas y demás estereotipos, que aguardaba en el universo, mucho mayor que todas las cosas que existían, JUNTAS. Su familia era religiosa y siempre la habían educado en la creencia de Dios. “Dios es bueno, Dios es amor, y está por encima de todas las cosas.”, solía oír en casa. Con el tiempo, Bea imaginó y soñó más cosas acerca del devorador de mundos, así lo bautizó, y le dio mil aspectos diferentes, pero sabía una cosa. El Devorador era más grande que Dios, que el diablo, que todos los planetas y los dioses menores que los gobernaban, pues ya se los había comido a todos ellos, y a la mayoría de las estrellas. Ella se imaginaba al Devorador tumbado sobre un lecho de huesos de ángeles, rodeado de restos de planetas, mientras las pocas estrellas que quedaban brillaban con muy poca intensidad, deshidratadas y acojonadas. Y una, la más pequeña y apartada de las demás, pidiendo ayuda. Bea podía saber como se sentía aquella estrella, pero no podía ayudarla. Porque no podía salir de aquella cáscara, y porque temía ser la próxima comida del Devorador, el nuevo Dios del universo. Desde los diez hasta los dieciocho años, su edad actual, había vivido con miedo en todo momento, y sentía que su mundo podía ser devorado en cualquier instante. Tenía miedo de saltar para no atravesar la fina superficie y caer al vacío también en la realidad. No hubo ningún día en el que no estuviese en casa antes de las seis de la tarde, no fuese que la noche la atrapase. Incluso en verano, que anochecía sobre las nueve o las diez, era incapaz de andar por la calle más tarde de las seis, y mucho menos sola. Todas las noches vivía lo mismo, y se pasaba el día temblando a causa de la pesadilla., pero ya hacía mucho que tenía asimilado que el Devorador estaba allí, y que si el mundo estaba vacío por dentro, era porque el Devorador había metido su larga y repugnante uña del índice y se había comido todas las entrañas del planeta, sorbiéndolas con gran satisfacción para luego olvidarse de la cáscara. ¿Por qué lo habría hecho? ¿No le gustaba el envoltorio? ¿Era porqué en el planeta Tierra existían seres vivos, y en los otros planetas (en principio) no? ¿Podía el Devorador observar a todos y cada uno de esos seres? Claro que sí, era mucho más que el más poderoso de los dioses. Había muchas preguntas, pero la que más la preocupaba era también la que sentía con más fuerza. Sí el Devorador se había comido el interior del mundo hacía 8 años y desde entonces había perdido el interés en la cáscara. ¿Por qué Bea era capaz de notar que los ojos del Devorador estaban clavados en la Tierra y no se despegaban para nada? ¿La vería cada noche sufrir mientras caía al vacío?

Seguro que, si fuera así, el Devorador se divertiría mucho.


Ésto es parte de los esbozos del primer capítulo de mi novela, me parecen aprovechables para enseñar porque no guardan mucha relación con el tema principal de la misma, más bien es la historia biográfica de una de las personajas. A algunos os chocará el hecho de que la tía se llame así, igual que cierta persona a la cual la deseo el mayor de los sufrimientos ¬¬' . Pero no guardan relación. No la cambio de nombre porque tanto la personaja como la persona real del mismo nombre no significan nada para mí. Por eso le doy tan poca importancia que ni me molesto en cambiar el nombre para evitar confusiones. Por si acaso, la personaja no tendrá un final feliz en la novela, bwahahaahahahaha!!!


1 comentario:

Julia.. dijo...

hola. Ya siento no haberte escrito en estos días, pero entre fiestas, tambores y demás, no me ha dado tiempo ni de encender el ordenador.
Por aquí las cosas van bien, de resaca, pero bien. Ya se han terminado las tamborradas... Hasta el año que viene.Menuda juerga...

Hoy he estado viendo las olas en el Paseo Nuevo, tremendas, preciosas, salvajes... Se ha mojado mucha gente, yo, en cambio, he tenido suerte. Creo que ver el mar me relaja, me tranquiliza, me serena... Creo que tiene imán conmigo, bueno, con mucha gente.

Y ahora me voy a ver una peli, no se cual han alquilado, pero miedo me dá cuando no voy yo a elegirla.

Un saludo. julia