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martes, 12 de diciembre de 2006

Morirse en Bilbao (Metafóricamente)

La ciudad, eléctrica cual riff de Jimmy Page, rezuma vida y actitud mientras se despereza al amanecer, surgiendo de su fingido letargo nocturno, y mira al sol de invierno que fracasa en su intento de ensombrecerla con ese tipo de nubes grises que sólo se ven en el precavido horizonte de este pedazo de tierra. Desafiante como un Fórmula Uno en una carretera despejada, Bilbao provoca en el visitante el mismo efecto que la más recóndita de las naciones inexploradas. No hay que adentrarse en ella como un alegre y despreocupado turista propenso a recibir una puñalada por la espalda nada más llegar a la estación, sino como un pirata sediento de conquista de territorio virgen, siempre en guardia y preparado para mostrar sus credenciales. Nada más caminar entre los primeros entresijos de avenidas, se asombrará de encontrar las rarezas más inesperadas en cualquier insignificante recoveco. No pasará mucho tiempo, tal vez después de la primera parada en la más llamativa taberna o el más sombrío bar, cuando el caminante caiga en la cuenta de que, al igual que en un viaje iniciático, lo mejor que puede hacer es perderse y dejar de seguir un rumbo establecido, siendo arrastrado por la propia villa, un ente provisto de vida y sentimientos, en cuya órbita un satélite hambriento de emociones y conocimientos atrae a los incautos viandantes cada vez más cerca del centro de Bilbao. Parecerá que en este punto los sentidos se agudizan al límite, y las canciones, los bares, el ambiente, es todo un latido procedente del corazón de la criatura. La ciudad late con música y ríe con vino, y la gente también. Las horas correrán a igual velocidad que la cocacola al mezclarse con el vino en alegre armonía, pues ésta es la pócima de los magos y brujas que por aquí habitan. Como en las mejores historias, la noche se lleva la mejor parte. La oscuridad deja el terreno preparado para interminables desfiles y bailes de máscaras, ilimitadas sensaciones que chocan unas con otras y terminan estallando en el cuerpo de una mujer, pues Bilbao en sí es una mujer, educada dama de alta alcurnia cuando se viste con sus mejores galas, e incandescente muchacha de bajos fondos e inagotable pasión cuando se desnuda de madrugada. El caminante querrá agotar su vida para volver a nacer de nuevo en sus brazos.

1 comentario:

Unknown dijo...

Me muero de lo bonito.